El curso se acaba. Es algo incipiente, aunque a la vez parece que no va a llegar nunca. Se me ha hecho eternísimo, eternísimo, eternísimo este curso. Como casi todos, supongo, en el fondo. Lo que pasa es que una vez en el recuerdo, tendemos a dulcificar las cosas.
Dedico el post de hoy a las excusas que recuerdo que me han puesto para salir de la clase los niños este año. Que recuerde:
- Me he hecho daño en un dedo/un pie/X y quiero ir a que me venden/me pongan hielo.
- Se ha acabado el gel/el papel/X, ¿puedo ir a por otro?
- Quiero hablar con la jefa de estudios.
- Me he dejado un abrigo/mochila/etc. en la otra clase.
- Tengo que hablar urgentísimo con un profesor.
- Me he manchado de tinta, ¿puedo ir a lavarme? (casi siempre se mancha el que menos escribe).
Y la que más me gusta: "¿puedo acompañarle???", exclaman varios a la vez con urgencia. Al fin y al cabo, los otros tienen excusa, pero estos acompañantes simplemente quieren sumarse a una excursión que no les concierne sin causa justificada. Cuando eres generoso y aceptas que vaya también un acompañante, la cara de felicidad que se le dibuja no tiene precio. A ese chaval o chavala le has alegrado la mañana. Esos escasos minutos yendo hacia cualquier otra parte, en dirección opuesta a la clase, saben a gloria a casi cualquiera.
Los tiempos han cambiado, pero el colegio sigue siendo, después de todo, una prisión.
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