martes, 20 de febrero de 2024

La música y la lectura

Estaba escuchando Trust de The Cure, una canción preciosa de las que me ponen los pelos de punta. Tenía un libro entre las manos, que pensaba continuar en cuanto acabara de escuchar la canción. Ha sido un día de mierda, y era mi forma perfecta de acabar el día, porque son dos de las cosas que más me gusta hacer: leer y escuchar música.

De pronto me he sentido muy sola, he pensado: ¿a cuánta gente de la que enseño en las aulas cada día le gustarán estas cosas? No soy más que un dinosaurio.

La música y los libros cuentan una historia, y también hablan siempre del que la escribe. Hablan desde el alma, y tienen de especial que no son visuales ni explícitas, todo se construye de manera abstracta, con dos lenguajes creados por el hombre: el lenguaje humano y el musical. Las palabras y las notas consiguen lo que ellas quieran, si están ante el espectador correcto que las sepa leer o escuchar. Pueden conseguir cualquier cosa: que llores, que rías, que bailes, que comprendas, que te aturdas. Cualquier cosa.

La música y los libros requieren concentración, silencio, imaginación. Son dos de las cosas más bonitas y especiales que existen, y desde aquí si no es más que una alabanza inútil ante su extinción,  quiero dejar patente un amor de los de antes, de los lentos y embriagadores, que se forjan con lo más básico y arraigan en lo más profundo para aquel que se deja seducir.

Mientras tanto, todo tiende hacia el Trap y el Reggeaton y el entretenimiento audiovisual, y sufro al ver la de trucos que hay que hacer para que un adolescente lea siquiera una página por iniciativa propia, y algo me dice que es algo grave, que algo muy humano está muriendo y tendrá sus consecuencias, porque a pesar del progreso somos lo que siempre fuimos de forma natural, y siempre lo seremos.

Dinosaurio o no, sigo aquí, y me acerco cada día a mis congéneres, transito estas calles, leo y escucho música.



sábado, 3 de febrero de 2024

Las palabras bonitas

Es curioso que a veces nos empeñamos en hacer cosas complicadas o costosas para que las personas nos hagan caso, nos presten atención, nos respeten o nos tengan afecto. Sin embargo, el recurso más fácil y más humano lo tenemos olvidado. Ayer se dieron dos ejemplos que me lo demuestran una vez más.

Ahí va el primero:

En mi clase de tutoría son un buen grupo y suelen portarse bien. Sin embargo, en la hora de tutoría, que hacemos cosas según ellos "inútiles" porque "no llevan nota", muchas veces a hurtadillas hacen otras cosas y no me hacen mucho caso. 

Ayer les propuse otro "rollazo inútil" de los de tutoría, que consistía en hacer un esquema. También, parte de ellos no vino en la anterior sesión o no hizo lo que les pedí, así que les dije que si este era su caso, aparte del esquema hicieran la tarea anterior también. Una alumna preguntó que si yo tenía apuntado en algún sitio quién lo había hecho y quién no, y contesté que no. "Entonces, ¿lo recuerdas?", lo negué también. "¿Y cómo vas a saber quién tiene que hacerlo hoy?", respondí que ellos son muy buenos y confiaba en ellos.

Varios hicieron la tarea previa pendiente, sin que yo sepa si faltó alguien. Pero un hecho que sé es que el 100% hizo la tarea nueva, el esquema, cosa que jamás consigo en esa hora.

Ahí va el segundo:

En una clase de 2º de la ESO hay un alumno disruptivo que no suele venir. Ayer vino, y montó bulla, como siempre. Yo en un primer estadio estaba a lo mío esperando a que se cansara sin que yo interviniera, que rara vez pasa. En un momento dado, él se quejó de unas compañeras que estaban hablando demasiado. Mi respuesta no fue incierta, pero sí impertinente: "mira quién se queja de que alguien habla de más". Unos minutos después alguien pegó un grito, y se dio la típica situación en que no logro sacar quién ha sido. Poco después, este mismo alumno reconoció haber sido él. Le dije que le tenía que castigar. Tras conversar un rato, me confesó que el grito vino provocado por mi comentario anterior. Le reconocí que había sido un comentario fruto del enfado y un poco impertinente, y me disculpé. El alumno se asombró, me dijo que jamás había visto a un profesor disculparse, hizo lo mismo hacia mí, y en el resto de la hora no volvió a portarse mal.